Un binomio familiar, que estuvo sumido en las drogas durante muchos años, quiso que fuéramos testigos del inicio de su rehabilitación en una fundación caleña. Ejemplo de vida.
Por Darwin Ávila, reportero
La vida de drogas, calle y sumisión social que vivían Luis Trujillo y Cristian Trujillo (padre e hijo), terminó el pasado 5 de agosto, fecha en la que decidieron, de común acuerdo, pedir ayuda en un centro de rehabilitación de Cali.Aunque la historia parece sacada de un argumento dramático de Hollywood, es real y aún se vive entre el Distrito de Aguablanca y el barrio Guayaquil, donde está ubicada la Fundación Centro Victoria de Colombia, en la que se recuperan.
Según sus propios
protagonistas, la complicada determinación tuvo su génesis hace pocos días,
luego de analizar el estado deplorable en el que se encontraban, tras consumir
diferentes clases de alucinógenos durante muchos años.
Luis, de 43 años
de edad, comentó a que desde los 14 años inició en el mundo del bazuco y fue en
ese primer momento que se ‘enamoró’ del vicio.
Y aunque prestó servicio
militar y en un difícil proceso de su vida aprendió el tradicional oficio de la
construcción, el fantasma de la droga nunca lo abandonó.
Fue en esa
época, en la que el calendario titulaba el año 1995 y los rezagos de la mafia
aún hacían mella en la ciudad, cuando nació Cristian, su hijo. Todo sucedió
después de conocer a una mujer en el barrio Sucre, centro de la
ciudad.
Sobre esa unión fortuita, de la cual nació también una bella
niña, Luis sólo atina a decir que se acabó por diferencias a la hora de convivir
en esa álgida zona.
Esa situación degeneró la manera de actuar de Luis.
Sin embargo, siempre estuvo al tanto del bienestar de sus hijos y los llevó a
vivir a la casa de sus padres, en el barrio Yira Castro.
Mientras tanto,
Luis se dedicó a ‘patrullar’ las calles en busca de estabilidad y tranquilidad,
pero de las dos necesidades no consiguió ninguna. Fue una tragedia.
Un joven sin destino propio
Cristian Jaret Trujillo,
hijo de Luis, sólo estudió hasta quinto de primaria y en la actualidad quiere
salir adelante.
Sin embargo, años atrás, cuando veía los malos ejemplos
de su padre, pensó que quizá la vida no le iba a ofrecer un destino estable y
promisorio.
Y es que las cosas no pintaban bien, pues su madre los había
abandonado y Luis era un drogadicto que no reconocía su problema.
“Inicié
a los trece años fumando cigarrillo, después fumé marihuana y por último empecé
a meter perico. Todo lo hacía por rebeldía, por la rabia de no tener un hogar”,
expresó Cristian con tristeza.
Las palabras del joven, según su mismo
padre, fueron las que lo hicieron poner un alto en el camino y pensar en
rehabilitarse.
“Sabía que mi hijo consumía alucinógenos. Es más, con
vergüenza acepto que consumí con él y que el ejemplo hacia mis pequeños siempre
fue negativo, pero ya era hora de darle un giro a nuestras vidas”, dijo Luis,
con una lágrima recorriendo su demacrado rostro.
Un proceso iniciado
El pasado jueves, fecha de la
entrevista con , los dos se mostraron alegres. Desde la oficina del director de
la fundación, Julio Enrique Ponce, manifestaron que es un proceso que no tiene
reversa.
“Estábamos en un callejón sin salida y empezamos a caminar
hacia otro lugar donde dijeron que nos iban a ayudar. Pero en el camino nos
recomendaron esta fundación y don Julio nos aceptó. Ahora él se convirtió en
nuestro ‘ángel’”, finalizó Luis con decoro.
Ahora, padre e hijo, juntos
en una difícil lucha, le quieren demostrar a la sociedad que cambiar sí se puede
y están protagonizando su propio reality de la vida.
3175105261
Julio
Enrique Ponce
Si desea ayudar con procesos como este, llame a la fundación.
“SABÍA QUE MI HIJO CONSUMÍA ALUCINÓGENOS”
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