lunes, 23 de mayo de 2016

“YO VOLÉ UN EDGE 540 DE LA ‘F1 DEL AIRE’”

Crónica sobre la  experiencia de pilotear un avión de carreras, en  la exhibición del Red Bull Air Race en Acapulco, México.

Por Darwin Ávila Vanegas
Enviado especial a México.


Volar a  más de 400 km/h, en un avión que mide 6.3 metros y que pesa solo  media tonelada puede parecer arriesgado, hasta suicida, pero luego de estar en el aire, devorando nudo a nudo la creación de Dios en el firmamento, se convierte en una de las mejores experiencias.

En medio de la exhibición del Campeonato Mundial del Red Bull Air Race, la competencia a motor más rápida y emocionante en el plano deportivo, cumplida este fin de semana en Acapulco, México, fui invitado a vivir en carne propia las sensaciones de los   experimentados pilotos de carreras.

Mi compañero de aventura es Cristian Bolton, chileno, de 42 años de edad, quien lleva más de 20 enamorado del cielo. Dice que su oficina tiene la mejor vista del universo. A las 3:15 p.m. inicia la preparación, la cual cuenta con un análisis de estado físico en tierra, protocolos y algunas recomendaciones para la seguridad.

Cristian, quien fue piloto militar, no deja nada al azar. Me explica con detenimiento la posición dentro de la cabina del Edge 540, un avión de carreras fabricado por Zivko (EE.UU.), que fue dispuesto para alcanzar más de 12 gravedades. Una cosa de locos.
El hangar 3 del más grande aeropuerto del Estado de Guerrero, ubicado a un costado del Oceano Pacífico, es el escenario confirmado por la organización, para la osadía.

Son las 3:30 p.m. y empezamos nuestra aproximación a la aeronave, que está parqueada en plena pista. De fondo se encuentran los dos pilones de 25 metros, que se erigen para que los aviones pasen entre ellos, obligación en las competencias.

Raul, técnico del campeonato que desde 2005 se realiza en el globo terráqueo en ciudades como Budapest, Chiba (próxima válida) y Abu Dhabi, pule algunos detalles como la puesta a punto del paracaídas y los controles de la cabina. Dice que nada malo sucederá.

Un sol canicular abrasa la cubierta del aeroplano. Captamos la fotografía de rigor y empezamos el recorrido en el asfalto.

El controlador aéreo, en inglés, da vía libre para el despegue y en menos de 10 segundos estamos en el cielo mexicano.

El intercomunicador nos brinda una comunicación fluida entre Bolton y yo. Lo primero es estabilizar el aparato, generar la confianza necesaria, para luego comenzar con lo emocionante: las piruetas.


Aproximadamente 400 km/h es la velocidad para pasar entre los dos pilones que están a 11 metros entre si. Ahí me doy cuenta que volar a menos de 20 metros sobre el suelo para evitar obstáculos inflables es muy  complejo, miedoso.

Sin embargo lo más difícil es soportar las seis gravedades que se generan cuando, al salir  de los pilones, la nave se eleva con un giro fuerte a la derecha, que no me deja sostener la cabeza y me obliga a recostarla contra el asiento mientras que se acaba la maniobra.

Cristian  dice que cómo me siento, que si aguanto más. Le digo que estoy perfecto gritando varios “Huuu..”, mientras el sonido ensordecedor del motor AEIO 540 nos eriza la piel  con sus 340 caballos de fuerza rugiendo en el aire.

Es como si una fuerza oculta del universo conspirara para sacar las más fuertes sensaciones del cuerpo, las mismas que sienten los 21 pilotos master y challenger de la competición.

A 500 metros del sitio de práctica está la laguna de Coyuca. Sobre ese espejo de agua el piloto me indica que vamos a practicar el ‘ocho habanero’, una acrobacia que se compone de un giro (loop), en el eje vertical, con toneles, según él, si se viera desde abajo el recorrido sería dibujar un 8 entre las nubes.

Con el avión pleno y el jefe listo para demostrar de qué está hecho, continúa el show. Abajo el espectáculo visual es de grandes proporciones, según contaron después los espectadores latinos.

Un ‘hammer head’ es la última pirueta. El avión asciende directo con un angulo de 90 grados al horizonte, antes de llegar a velocidad cero, Cristian lo gira con los pedales, la cola y éste queda apuntando hacia el lago, acelera y finalmente recupera para partir al horizonte.
Siento que soy quien se va de este mundo, pues la adrenalina mezclada con el nerviosismo es un cóctel que en el momento te hace pensar en todos tus seres queridos, en lo realizado.

”Buscamos que se acerquen lo más posible a  lo que nosotros los pilotos del circuito del Red Bull Air Race sentimos cuando estamos volando”, son las palabras de Cristian antes de aterrizar, de acabar con el sueño ya cumplido.


Carreteamos de nuevo al hangar y tras dos pasos en la pista doy gracias a Dios. Me despido de Cristian, que la otra semana volará en Europa o Estados Unidos. Mientras tanto yo regreso a Colombia, en un Airbus 787, aunque quiero hacerlo en el avioncito de las piruetas.




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