lunes, 23 de mayo de 2016

EL CHAVO AÚN ‘VIVE’ EN ACAPULCO

Crónica. Revivimos las vacaciones del Chavo del 8, en la costa pacífica mexicana

Por Darwin Ávila V.
Enviado especial a Acapulco



Cuando alguien pregunta por el Chavo del 8 en las calles de Acapulco, estado de Guerrero, cualquier ciudadano te remite al antiguo hotel Continental, hoy Emporio, sitio en el que en 1977 se grabaron los episodios 173, 174 y 175 de las vacaciones de la vecindad, los que aún permanecen grabados en la mente  de los mexicanos.

Es más, de inmediato te empiezan a relatar historias de la época en la que centroamérica se rindió a los pies de uno de los grandes humoristas latinoamericanos: el gran ‘Chespirito’.

Una sola vez bastó

Eran años en los que la serie gozaba de gran popularidad en territorio ‘manito’, por lo que su creador, Roberto Gómez Bolaños, decidió sacar por primera vez del ‘set’ a los protagonistas y llevarlos a un sitio de gran afluencia de turistas, para generar mayor impacto.

De inmediato se trasladó la producción a las playas de Acapulco. Allí, en ese lujoso hotel llamado Continental, se reservó gran parte del balneario para que los actores principales (ver recuadro), hicieran de las suyas.

Hay que recordar que en el argumento principal del primer episodio de las vacaciones, La Chilindrina se gana un viaje a Acapulco para dos personas con todos los gastos pagos, luego de comprar un producto para brillar plata. Lógicamente viajó con su papá: Don Ramón.

Los habitantes de la vecindad, al enterarse de que ellos irían a la playa, se montaron en el paseo y es así como Doña Florinda, Quico y hasta el Profesor Jirafales terminaron reunidos en ese paradisiaco escenario.

El Chavo, quien en principio se había quedado solo en la vecindad, fue invitado por el señor Barriga, quien al llegar a cobrar la renta y darse cuenta que se habían marchado, decidió llevarse al niño  al mismo destino y armar tremendo alboroto en el hotel. 

De ahí en adelante el director de la serie, Enrique Segoviano, comanda una serie de eventos cómicos sin relación entre si, con los niños y adultos de la vecindad, en distintos lugares del complejo.

La fiebre por El Chavo del 8 en Acapulco

 Son esos aficionados a las travesuras del chavito, los que llegan cada año al hotel Emporio - una mole de 422 habitaciones erigido en la Avenida Costera Miguel Aleman- a averiguar si existe algún recuerdo de esa grabación, algo que los acerque al espíritu de Roberto Gómez, fallecido en 2014.


Pues resulta que sí, existen varios lugares dentro de la edificación que dan fe del hecho. Don Manuel  Fajardo, jefe de botones en el hotel, es el más indicado para hablar del tema, pues con   20 años de experiencia en los servicios turísticos, ha recolectado suficiente información para ofrecerla a los cientos de curiosos.

Con gran elocuencia ofrece un ‘mini tour’ para conocer de cerca la experiencia. La primera parada es la puerta principal giratoria, famosa pues en la llegada a Acapulco, El Chavo entra por ella junto con el Señor Barriga y al dar la vuelta completa termina de nuevo en la calle con la frase célebre: “no sabía que el hotel era lo mismo por dentro que por fuera”.

Luego, la parada obligada es la alberca (piscina), en la que se realizó la producción del segundo capítulo, con escenas inolvidables como en la que El Chavo se burla del vestido de baño de Doña Florinda y cuando ella viene a defenderse del insulto lanza al agua a Don Ramón, quien a lo largo de la serie, termina siempre ‘llevando del bulto’.

El tercer atractivo es el restaurante -antes llamado Las Bugambilias, hoy en día Condimento- donde  se grabó la escena del desayuno en el tercer episodio, la misma en la que El Chavo   destruye la mesa donde se reune a comer la vecindad, para  luego terminar pidiendo una torta de jamón.

Al final, don Manuel, con la marca de los años que le brindan algunas canas y la amabilidad que lo caracteriza, muestra la habitación 1027 y la 1031, donde se hospedó el protagonista de la serie.

Es tan famosa la recámara, que algunos huéspedes que reservan con antelación, pagan por la exclusividad de llegar a ésta y revivir la escena de la vista en el balcón, para tomarse la misma foto.

“Los que visitan el hotel preguntan por la habitación del Chavo del 8, principalmente los brasileros y colombianos, les da curiosidad saber dónde se grabaron las Vacaciones en Acapulco”, explica Fajardo.

Recuerdo de un grande

Otro que rememora como si fuera ayer, lo que se vivió hace 39 años, es Francisco Torres, encargado del área de piscinas quien alcanzó a ver parte de la grabación de la playa, en el remate de la noche cuando El Chavo cierra con el tema  ‘Buena noches vecindad’ y que fue de su autoría.

“Lo mejor es ver a la gente llegar al hotel para tomarse fotos en los lugares en que se divirtió el Chavo del 8”, dijo ‘Pacho’.

Don Amaury Granados, acapulqueño, también se unió a los reconocimientos hacia el chavito.

“El programa fue hecho para adultos y aunque ya él no exista nos dejó un gran legado, hoy se repiten los capítulos hasta tres veces por día”.

En los corredores del Emporio aún se escucha la voz del Chavo del 8 y de La Chilindrina, los gritos del profesor Jirafales y las risas de miles de latinoamericanos que llevarán por siempre a su personaje en los corazones y lo recordarán como el niño huérfano que les devolvió la ilusión, a pesar de las dificultades, y como diría el mismo chavito... Eso, eso, eso...

El reparto viajó a Acapulco

En los primeros meses de 1977 los personajes principales de la serie El Chavo del 8, se desplazaron vía aérea a Acapulco, México, para grabar 3 episodios llamados: Vacaciones en Acapulco. Fueron emitidos entre mayo y junio del mismo año y repetidos en 1978-1979.  El Chavo, Quico, Don Ramón, Doña Florinda, El Profesor Jirafales, El Señor Barriga, La Chilindrina, Doña Clotilde y Horacio Gómez (como el mesero), fueron los elegidos para la aventura. Se dice que fue la despedida de Carlos Villagrán.




“YO VOLÉ UN EDGE 540 DE LA ‘F1 DEL AIRE’”

Crónica sobre la  experiencia de pilotear un avión de carreras, en  la exhibición del Red Bull Air Race en Acapulco, México.

Por Darwin Ávila Vanegas
Enviado especial a México.


Volar a  más de 400 km/h, en un avión que mide 6.3 metros y que pesa solo  media tonelada puede parecer arriesgado, hasta suicida, pero luego de estar en el aire, devorando nudo a nudo la creación de Dios en el firmamento, se convierte en una de las mejores experiencias.

En medio de la exhibición del Campeonato Mundial del Red Bull Air Race, la competencia a motor más rápida y emocionante en el plano deportivo, cumplida este fin de semana en Acapulco, México, fui invitado a vivir en carne propia las sensaciones de los   experimentados pilotos de carreras.

Mi compañero de aventura es Cristian Bolton, chileno, de 42 años de edad, quien lleva más de 20 enamorado del cielo. Dice que su oficina tiene la mejor vista del universo. A las 3:15 p.m. inicia la preparación, la cual cuenta con un análisis de estado físico en tierra, protocolos y algunas recomendaciones para la seguridad.

Cristian, quien fue piloto militar, no deja nada al azar. Me explica con detenimiento la posición dentro de la cabina del Edge 540, un avión de carreras fabricado por Zivko (EE.UU.), que fue dispuesto para alcanzar más de 12 gravedades. Una cosa de locos.
El hangar 3 del más grande aeropuerto del Estado de Guerrero, ubicado a un costado del Oceano Pacífico, es el escenario confirmado por la organización, para la osadía.

Son las 3:30 p.m. y empezamos nuestra aproximación a la aeronave, que está parqueada en plena pista. De fondo se encuentran los dos pilones de 25 metros, que se erigen para que los aviones pasen entre ellos, obligación en las competencias.

Raul, técnico del campeonato que desde 2005 se realiza en el globo terráqueo en ciudades como Budapest, Chiba (próxima válida) y Abu Dhabi, pule algunos detalles como la puesta a punto del paracaídas y los controles de la cabina. Dice que nada malo sucederá.

Un sol canicular abrasa la cubierta del aeroplano. Captamos la fotografía de rigor y empezamos el recorrido en el asfalto.

El controlador aéreo, en inglés, da vía libre para el despegue y en menos de 10 segundos estamos en el cielo mexicano.

El intercomunicador nos brinda una comunicación fluida entre Bolton y yo. Lo primero es estabilizar el aparato, generar la confianza necesaria, para luego comenzar con lo emocionante: las piruetas.


Aproximadamente 400 km/h es la velocidad para pasar entre los dos pilones que están a 11 metros entre si. Ahí me doy cuenta que volar a menos de 20 metros sobre el suelo para evitar obstáculos inflables es muy  complejo, miedoso.

Sin embargo lo más difícil es soportar las seis gravedades que se generan cuando, al salir  de los pilones, la nave se eleva con un giro fuerte a la derecha, que no me deja sostener la cabeza y me obliga a recostarla contra el asiento mientras que se acaba la maniobra.

Cristian  dice que cómo me siento, que si aguanto más. Le digo que estoy perfecto gritando varios “Huuu..”, mientras el sonido ensordecedor del motor AEIO 540 nos eriza la piel  con sus 340 caballos de fuerza rugiendo en el aire.

Es como si una fuerza oculta del universo conspirara para sacar las más fuertes sensaciones del cuerpo, las mismas que sienten los 21 pilotos master y challenger de la competición.

A 500 metros del sitio de práctica está la laguna de Coyuca. Sobre ese espejo de agua el piloto me indica que vamos a practicar el ‘ocho habanero’, una acrobacia que se compone de un giro (loop), en el eje vertical, con toneles, según él, si se viera desde abajo el recorrido sería dibujar un 8 entre las nubes.

Con el avión pleno y el jefe listo para demostrar de qué está hecho, continúa el show. Abajo el espectáculo visual es de grandes proporciones, según contaron después los espectadores latinos.

Un ‘hammer head’ es la última pirueta. El avión asciende directo con un angulo de 90 grados al horizonte, antes de llegar a velocidad cero, Cristian lo gira con los pedales, la cola y éste queda apuntando hacia el lago, acelera y finalmente recupera para partir al horizonte.
Siento que soy quien se va de este mundo, pues la adrenalina mezclada con el nerviosismo es un cóctel que en el momento te hace pensar en todos tus seres queridos, en lo realizado.

”Buscamos que se acerquen lo más posible a  lo que nosotros los pilotos del circuito del Red Bull Air Race sentimos cuando estamos volando”, son las palabras de Cristian antes de aterrizar, de acabar con el sueño ya cumplido.


Carreteamos de nuevo al hangar y tras dos pasos en la pista doy gracias a Dios. Me despido de Cristian, que la otra semana volará en Europa o Estados Unidos. Mientras tanto yo regreso a Colombia, en un Airbus 787, aunque quiero hacerlo en el avioncito de las piruetas.