SENDERISMO. Crónica de un ascenso a la montaña más alta de los Farallones de Cali: el mítico Pico Pance.
Por Darwin Ávila Vanegas
Periódico Q'hubo
En lo más alto de los Farallones de Cali, a 4.100 m.s.n.m. existe un lugar mágico con esqueleto de roca, bendecido por los indígenas, bañado con un manto de nubes y al que se llega luego de caminar alrededor de 10 horas por una trocha natural.
Se trata de Pico Pance, un santuario natural que se erige como estandarte del Parque Nacional Natural Los Farallones, que tiene 206.770.63 hectáreas y se encuentra ubicado en la Cordillera Occidental de los Andes con jurisdicción en los municipios de Cali, Jamundí, Dagua y Buenaventura.
Eran las 5:00 p.m. del viernes festivo 7 de agosto y mientras los colombianos concluían la conmemoración de la Batalla de Boyacá y la gesta libertaria, yo inicié mi propia lucha con la montaña en una expedición de asalto, denominada así porque se hace en 24 horas, con el fin de evitar un impacto ambiental negativo en el ecosistema.
Me acompañaron el abogado caleño Jimmy Oswaldo Escobar y el productor radial Rodrigo Riaño del Castillo, dos caminantes que llevan muchos años explorando el área y que se entrenan en una modalidad deportiva llamada senderismo o ‘trekking’, que consiste en recorrer largas distancia a pie, de forma autónoma, en parajes con dificultad de tránsito como por ejemplo zonas montañosas.
Primera parada 'Paz y Amor'
Video:
Para dar luz verde a la travesía hay que llegar hasta la vereda El Pato, a 10 minutos del pueblo de Pance. A ese sitio se puede arribar en vehículo o caminando. Con la bendición de Alirio Silva, baquiano y conocedor de la reserva, me adentré en la montaña; esa misma que sirve de cuna a 30 ríos, los cuales surten de agua al suroccidente de nuestro país.
En mi maleta había, además de siete kilos de peso representados en ropa térmica, latas de atún, bocadillos de guayaba y agua, una gran ilusión por ascender al mítico Pico Pance, al que según los expertos, se debe llegar una vez al año por la gran exigencia que significa visitarlo.
Luego de atravesar el río Pato por un puente colgante llegué al Resguardo Ukumari (que significa tierra de oso de anteojos), una casa vetusta levantada en bahareque con teja de zinc, el único hogar de paso para los caminantes. Allí me atendió ‘Gopa Kumar Das’, un representante de la cultura krishna, que aparte de hacer un registro empírico y brindarme 'falapas' (galletas de lenteja germinada con finas hierbas), me explicó en términos de conservación que debíamos respetar la montaña por ser un lugar sagrado.
Después de esperar a los demás excursionistas, hacia las 10:45 de la noche dí rienda suelta a la emoción y comencé mi recorrido entre la espesura de la noche por el bosque andino húmedo, que se encuentra entre los 1.200 y 2.000 metros sobre el nivel del mar. Además, estaba acompañado de grillos, chapules, mariposas nocturnas y más de 300 especies de aves, de las que habitan en la reserva, que cantaban para despedir el día.
Una linterna de 1.800 lumens me ayudó visibilizar el sendero y así avancé con paso lento entre raíces y trochas, hasta que el amanecer tocó a la puerta del cielo y como un manto sagrado me iluminó, y ya estaba a poco tiempo de la segunda parada.
A un paso de Balcones
La llegada a Balconcitos a las 6:30 de la mañana, ya acariciando tierra de páramo con una altura de 3.500 m.s.n.m., me dio aviso de que la gloria estaba cerca. Sin embargo, había un impedimento en frente: una pared de roca lisa de más de 12 metros de altura, la cual había que trepar aferrado a un lazo negro con nudos cada 40 cms. Jimmy fue el primero en subir, luego Rodrigo y por último yo.
Debo admitir que casi me muero del susto y, ya arriba, demoré más de 15 minutos en recuperarme para continuar.
Media hora más tarde, con un frío intenso, llegué a Balcones, una especie de planicie que es aprovechada por los deportistas para pernoctar. Allí arman sus carpas y cambuches, cocinan y departen en lo que parece ser una vecindad, hecho que está prohibido por Parques Nacionales Naturales de Colombia, según una comunicación que recibí ayer por parte de la División Territorial Pacífico.
Atún con pan y una bebida nutritiva fue el desayuno y de ipso facto arranqué a Pico Pance, no sin antes ver a un costado el tradicional Pico Elefante y atravesar un cañón para divisar a lo lejos el Valle de los Osos, conocido así porque es tierra de ejemplares con anteojos.
Hacia las 9:30 a.m. logré ascender a los 4.000 metros y ser testigo de una bella creación de Dios: pude tocar el agua de 'Las Lagunas', dos piscinas de agua natural que adornan como un gran espejo la montaña, en zona de frailejones. Fue el momento para refrescarme y reanudar hacia el objetivo.
Toqué el cielo
A las 10:30 de la mañana, luego de casi 12 horas de viaje con un temperatura de 5 grados centígrados, hice cumbre en Pico Pance, a 4.100 metros sobre el nivel del mar. En ese sagrado recinto los caminantes han construido un monumento de piedra, como 'pagamento' a la naturaleza, al ver ésto, puse mi roca, una que había recogido horas antes y que cargué para tal fin.
Lo mismo hicieron mis compañeros de aventura, complementando el ritual con una foto ondeando la bandera de Colombia que quedará para el recuerdo, pues pocos son los que logran llegar a la imponente cima.
Tras unos pocos minutos en esa cama de neblina, con dificultad para respirar, y sin haber pegado el ojo durante la noche, iniciamos el descenso, el cual se extendió por 8 horas hasta arribar a Cali el sábado 8 de agosto. Debo admitir que no quería regresar a escuchar el bullicio azaroso de la ciudad. Sin embargo, con un tímido paso me alejé de la meta. Prometo volver pronto a ese paraíso.
Fotos: Dar Ávila Jimmy Escobar y Rodrigo Riaño