lunes, 24 de junio de 2013

Juan Caicedo, del balón a las leyes

La vida del exfutbolista Juan Caicedo ha sido un ir y venir de experiencias curiosas. Pasó del fútbol al Derecho sin pensarlo dos veces.




Por Darwin Ávila Vanegas, reportero Q'hubo, Fanáticos Q'.

La vida de Juan Edgardo Caicedo, reconocido futbolista de la década del setenta, dio un giro de 180 grados. Después de recorrer durante más de diez años los estadios colombianos, a punta de gambetas y goles, en la actualidad se dedica a la abogacía en la Superintendencia de Servicios Públicos en Cali.

  Un verdadero ejemplo de lo lejos que puede llegar un deportista de alto rendimiento si se pone a pensar tan sólo un momento en su futuro, ese que a veces es infortunado para muchos.

Pero, ¿quién es Juan Caicedo? Quizá a las nuevas generaciones les parezca desconocido, pero si se le pregunta a los conocedores del deporte seguramente recordarán sobre éste habilidoso volante nacido en Tumaco, Nariño, que trasegó por equipos como  Medellín, Junior, América, Santa Fe, Pereira, Once Caldas y Tolima.

   Juan, un espigado afrodescendiente de 1.82 m. de alto, amante del ‘encocado’ de pescado, del ambiente familiar y  quien en la actualidad tiene 57 años, se ‘destapó’ con Fanáticos Q’ y contó detalles inéditos de sus experiencias en el fútbol y de su desarrollo personal.

JUGABA DESCALZO EN LA PLAYA

El génesis de la carrera deportiva de Edgardo fue un cúmulo de viscisitudes. Según él, desde que era un niño jugaba en las playas de su natal Tumaco con la ‘muchachada’. Allí, en medio de lo áspero de la arena, demostró  gran dominio con el balón y un espíritu deportivo propio del futbolista profesional.

 Ya en su juventud atendió el llamado del Ejército y desde los 18 años se enfiló en la Guardia Presidencial. Fue una buena época para nuestro protagonista, pues mientras empuñaba las armas del Estado, entrenaba en la Selección Fuerzas Armadas y fue convocado a los Juegos Nacionales de Pereira, en los que tuvo una actuación que le permitió quedarse en Bogotá, pero la añoranza por su tierra, por el mar, lo hizo regresar como buen hijo, donde lo esperaba con ansia su mamá.

Sin embargo, lo que se vendría meses después sería el comienzo de una carrera promisoria. Participó en los Juegos del Litoral Pacífico, en el Chocó, evento donde fue visto por un representante bogotano que lo invitó a hacer parte del Millonarios. “Sin embargo, por cosas del destino,  llegué  al  Medellín, era el año  1977”, relató  Juan, rememorando un pasado lejano.

EL PASE COSTÓ 30 MIL PESOS

El pase que le permitió llegar al fútbol colombiano costó 30 mil pesos, un dinero importante para la época en cuestión. En el equipo de la Capital de la Montaña Juan pulió sus conocimientos, sus características de ‘crack’ y luego fue trasladado al Junior de Barranquilla, donde conoció a Julio Comesaña.

Con el equipo ‘tiburón’ tuvo la oportunidad de jugar  su primera Copa Libertadores  (Uruguay   1978), era el escenario perfecto para mostrarse.

EL PASE AL AMÉRICA DE CALI

En ese mismo año, por medio de la figura del canje, Juan llegó al América de Cali, equipo con el que se destacó, a tal punto de ganar cuatro copas y ser llamado a la Selección Colombia de la época.
“Al principio fue difícil, pues cuando debuté en Ibagué me expulsaron, entonces el ‘médico’ Ochoa me suspendió 6 meses, en ese tiempo pensé en retirarme del fútbol”.

Después, con ahínco, logró recuperar la titular y lo que vino fue una seguidilla de títulos con los ‘diablos rojos’, que desembocaron en el llamado a la Selección Colombia. Con ese grupo logró jugar la Eliminatoria al Mundial de España 1982 y la Copa América en Bolivia.

“Fue una de las mejores experiencias de  mi vida. Una anécdota que recuerdo es que en 1981, en un hotel de Uruguay, Carlos Bilardo salió ebrio a la ventana y, desnudo, gritaba improperios y lanzaba botellas hacia la calle, no sé que le pasó, pero fue una escena muy chistosa”.

Sobre la época dorada del fútbol colombiano Juan es enfático en afirmar que “en ese tiempo el deporte era hermandad, todos íbamos para un mismo lado, tanto el primer campeonato con el América en 1979 como los partidos con la ‘tricolor’ llenaron con creces todo  el esfuerzo de mi vida deportiva. Lo malo  era que no ganábamos plata, el ‘médico’ decía que si cogíamos dinero perdíamos el rumbo, entonces tocaba resignarse”.

Después de ir a Santa Fe, equipo con el que fue campeón y Deportes  Tolima, se dio su retiro en 1988 en medio de la gloria, del reconocimiento y de la tristeza por no poder seguir con su carrera futbolística, todo por la negativa del ‘médico’  Ochoa de vender su pase “dizque por no vender mis habilidades al enemigo”.

UN GIRO DE 180 GRADOS

Luego de sus títulos y condecoraciones, a Juan se le metió a la cabeza la idea de ser técnico de fútbol, por eso viajó a Brasil  a una academia, donde logró su objetivo.

De nuevo en Cali, trató de ingresar al América como coordinador deportivo, pero no fue posible, “tocó montar escuelas de fútbol y sobrevivir, luego se iluminó mi camino, todo por el fútbol”.

Eran tiempos complicados, sin embargo, la berraquera de Juan fue más fuerte que su tristeza y tocó puertas. Una de ellas se le abrió en la Universidad Santiago de Cali por medio del maestro Eduardo Pastrana, que le planteó la idea de estudiar una carrera.

“Yo quería estudiar algo de deportes, pero él me aconsejó que hiciera la carrera de Derecho y acepté. Me gradué en 2008 a los 50 años”.

Su vida había cambiado, pasó de las gambetas a las leyes y empezó a litigar hasta llegar a conformar el grupo de abogados de la Superintendencia de Servicios Públicos en Cali, donde desarrolla un excelente papel. “Hago derecho civil, laboral y algo de administrativo. Es más fácil jugar que litigar, pues los procesos son muy demorados, pero es mi trabajo y amo lo que hago”, comentó el jugador.

Mientras tanto sigue adelante en la vida, luchando con su familia, que consta de su compañera sentimental y cinco hijos que tuvo a lo largo de su vida. Aún vive del reconocimiento que le brinda la gente en la calle, de los 50 goles que marcó en su carrera profesional, de la ilusión de que el equipo de sus amores, el América, vuelva a la máxima categoría y de la energía que le brinda jugar con las viejas glorias del fútbol en los torneos de veteranos.

“El futuro es incierto, pero hay que seguir trabajando, porque la vida se acaba cuando uno se muere”, finalizó.